El café de la Parroquia
Lo conocí justo al inicio de los años setenta, aunque no le tuve casi ninguna deferencia, a pesar de toda esa historia a cuestas me pasaron desapercibidos entonces sus pretendidos 167 años de existencia los cuales para mí eran solo 117 pues es cuando se le llamó por primera vez café de la Parroquia y 2 años después se colocaron por primera vez las mesas y sillas en el exterior.
Cuando fui asiduo cliente del lugar me di cuenta de lo importante que es viajar con alguien que sabe y tiene sensibilidad, en contraparte de lo que se obtiene cuando se viaja con salvajes, fue 4 años más tarde cuando en verdad lo frecuenté tras un año de vivir a unos pasos del sitio donde se encontraba entonces, que era justo frente a la catedral. Para mi ese es el único y original, lo que ha habido después, lo que hay ahora y lo que sin duda seguirá ya no es el gran café de la parroquia por más que siga ostentando el nombre, el cual no solo ya no está frente a la parroquia sino que ha dejado, tristemente, de ser lo que era.
Ese incomprensible acto de sus propietarios de querer acabar aquella original costumbre de pedir la leche para el café golpeando el vaso en que lo sirven con la cucharilla es sencillamente inexplicable, el sonido de cientos de clientes tintineando los vasos, práctica cada vez más en desuso, era un soberbio espectáculo sonoro. Sobre esa costumbre se cuentan dos orígenes, el primero, que es la versión oficial, dicen que debido a las campanas de los tranvías que hacían sonar los choferes para pedir su café a los meseros, en las mañanas cuando pasaban frente al lugar. La segunda, es que cierto día dejó de pasar un conductor de tranvías que llevaba 23 años de pedir un café absolutamente todos los días, el propietario extrañado de la ausencia de su cliente más asiduo envió a preguntar por él a uno de los meseros, quien al regresar le informó que el cliente había fallecido en la madrugada de ese día, el propietario consternado informó a los parroquianos del fallecimiento del cliente quienes en lugar del acostumbrado minuto de silencio se pusieron de pie e hicieron sonar las cucharillas en memoria de aquel personaje durante un minuto y así lo vinieron haciendo durante varios días, con lo cual de a poco en poco se fue transformando en la costumbre para llamar a los meseros. Ya muy pocos se acuerdan de esta historia a la que se le han ido retirando sucesos trocándola por la versión oficial por el absurdo hecho de que nadie recuerda ya el nombre de quien, sin pretenderlo, estableció una de las tradiciones más pintorescas de que se tenga registro en nuestro país.
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Se dice del café de la parroquia que Agustín Lara acostumbraba pasar varias horas allí con mucha frecuencia, o que Porfirio Díaz desayunó allí antes de embarcarse en el buque portugués ypiranga que lo llevaría rumbo al exilio, que todos los personajes conocidos como héroes de la patria alguna vez bebieron café en el lugar. Muchas cosas se dicen del café, hay quienes aseguran que son servidos en el lugar más de 5 mil cafés diariamente cosa de la que yo francamente recelo.
Después de muchos años de litigio, finalmente en 1994, el café se parte en dos y una parte de la familia se queda con el inmueble y la otra, los Fernández Ceballos, con el nombre y arrastran a la clientela a su nuevo domicilio frente al malecón, es entonces que tristemente se inicia el declive definitivo del restaurante Mexicano de mayor tradición y más conocido internacionalmente. La calidad del café que se sirve en la parroquia sigue siendo extraordinaria, según se contaba antaño era virtud de la cafetera monumental que tienen, que fue traída desde Turín Italia la cual se decía, jamás había sido lavada con detergente ni jabonadura ninguna y que a ello se debía el sabor extraordinario del café. La calidad que tiene el café no se refleja ni en el servicio ni muchísimo menos en los alimentos, que dicho sea de paso nunca fueron de gran preponderancia, hoy día la relación precio beneficio es abismal ya que la calidad lejos de ir incrementando ha ido en franco desplome y su precio en acelerado ascenso y como no habría de ser con la afición de su propietario a las aeronaves y muy en particular a los helicópteros aunado esto a la desatención y sistema de cobro que ha hecho que los meseros se conviertan en auténticos bandoleros.
¡Qué lástima! Q.E.P.D.